Dios había dado cuatro hijos a una pareja de misioneros cristianos en Nueva Guinea. Los tres mayores estaban en Europa y el menor vivía con sus padres. De repente, el Señor se llevó a este niño de un año. ¡Qué dolor para los padres! El papá, muy afligido, empezó a hacer un pequeño ataúd. Un vecino que lo observaba le dijo:
– Debe estar muy triste.
– Sí, por supuesto.
– Y ahora probablemente nos deje y vuelva a su casa.
– No, me quedo con ustedes.
– ¿Y sus otros hijos?
– Están en las buenas manos de mi Dios.
El hombre sacudió la cabeza, asombrado, y dijo:
– Ustedes, los cristianos, son gente verdaderamente extraordinaria. Pueden ver a través del horizonte.
Esta observación hizo pensar al misionero. Llevaba tiempo buscando un equivalente en la lengua local para la palabra esperanza. Hasta entonces, la había traducido como expectativa. Para ese pueblo, esperanza significa ver a través del horizonte. Esta terrible prueba permitiría al misionero explicar mejor en qué consiste la esperanza del cristiano, que le hace diferente a los demás seres humanos. Con nuestros ojos no podemos ver más allá del horizonte. Pero mediante la fe en el Señor Jesús y por la Palabra de Dios, el cristiano puede ver más allá de lo visible. Conoce a Dios, conoce su plan de amor para salvar al hombre perdido, tiene una esperanza maravillosa en Jesús, quien está en el cielo y es la fuente de todo consuelo.