Como cuidadora cristiana, escuché a uno de mis pacientes ancianos:
– Quisiera morir… Sería la solución a mi mala salud.
– Pero, ¿sabe adónde irá después de su muerte?
Sin dudarlo, el anciano respondió:
– Sí, en el cementerio tengo un lugar junto a mis padres.
Qué tristeza… Aquí había una persona como muchas otras, sin esperanza; entonces pude hablarle del Señor Jesús.
Muchas personas solo tienen una visión a corto plazo del final de su vida. Para ellas todo termina en el cementerio. Incluso hacen preparativos para su funeral, pero descuidan prepararse para el más allá.
La muerte no es el fin de todo. Somos más que un cuerpo físico. Todos tenemos un alma que subsiste más allá de nuestra vida terrenal.
El Señor ha preparado un lugar en la casa de su Padre (versículo del encabezamiento) para todos los que creen que Jesús murió en la cruz por sus pecados, y resucitó de entre los muertos.
Sea cual sea el peso de la vejez, para el cristiano la meta es segura. Levantemos los ojos: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11:1). Pensemos también en el gozo del Señor Jesús, quien pronto nos recibirá en su presencia. “Ya no habrá muerte” (Apocalipsis 21:4), pues Cristo la venció en la cruz.
“Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57).