«Cuando tenía 10 años, súbitamente comprendí que la vida tiene un final. Sucedió debido a la muerte de mi abuelo. Un gran sentimiento de tristeza y un doloroso vacío me invadieron. Durante mi adolescencia intenté llenar ese vacío con cigarrillos, cannabis y violencia. Me sentía infeliz, solo, sin amigos, perseguido por el miedo a la muerte.
En un campamento de vacaciones oí hablar de Jesucristo. Me parecía una persona maravillosa que podría liberarme de mis miedos y llenar mi vacío, pero como yo no quería dejar las drogas, rápidamente perdí el interés por él.
Cuando tenía 23 años fui encarcelado por tráfico de drogas. Entonces empecé a leer la Biblia y a orar. Cuando salí, Dios permitió que un cristiano me invitara a la iglesia. Entonces sucedió algo nuevo: la Biblia habló directamente a mi corazón. Me mostró mi estado pecaminoso y que mi fin sería el infierno, pero también me reveló cómo ser libre: mediante la fe en Jesucristo, “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Ese día decidí aceptar a Jesús como mi Salvador, y seguirle. Mi vida fue transformada: dejé de consumir drogas, pedí perdón a aquellos a quienes había lastimado, traté de reparar mis faltas en lo que me fue posible.
Hoy Dios es mi Amigo. Sé que mis pecados fueron perdonados, y que cuando me presente ante Dios, él me llevará a su cielo».