«Vivía en el vicio, pero algo sucedió en mi vida, y me alegra dar testimonio de ello. Cada vez que tenía dinero, bebía y me emborrachaba. Un día mi mujer me dijo que creía en Jesús. Furioso, la golpeé y amenacé a mis hijos con abandonarlos si hablaban de Jesús. Poco después heredé, de un pariente fallecido, unos cachivaches, los cuales puse en una manta para venderlos. Era otra oportunidad de conseguir algo de dinero y emborracharme. Pero unos ladrones me robaron casi todo; solo me dejaron una cacerola y un libro negro.
El libro era una Biblia. Las primeras palabras que leí en ella fueron las de Jesús: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). Todos los agricultores de mi país entienden este lenguaje. Yo también lo entiendo. Jesús hablaba de su muerte. Entonces comprendí que yo formaba parte de su cosecha. Me apresuré a buscar a mi familia para pedir perdón a mi mujer y a mis hijos. Lloraron de felicidad. Mi suegro quedó tan impresionado por lo que Jesucristo había hecho en mí, que también empezó a leer la Biblia y se convirtió a Jesucristo. Hoy hay una congregación llena de creyentes en mi pueblo. Mi padre, ciego, también aceptó a Jesucristo».