Jesús siempre anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hechos 10:38). Cuando un enfermo iba a él, Jesús solía preguntarle: “¿Quieres ser sano?” (Juan 5:6). Esta pregunta puede parecer extraña, pero si la asociamos con la enfermedad mortal del pecado, debemos reconocer que somos pecadores e incapaces de salvarnos a nosotros mismos. Entonces el Señor puede intervenir y hacer el milagro de la conversión.
En los textos citados del encabezamiento, son los parientes o amigos del enfermo quienes interceden ante Jesús por su ser querido. Todos tenemos amigos, parientes y vecinos que aún no son salvos. Presentémosles al Señor mediante la oración. Dios es misericordioso y desea respondernos. Él escucha nuestras súplicas y espera que perseveremos en oración con fe. Quiere que todos se salven. ¡No nos desanimemos!
En estos versículos también se repite la expresión “único”, resaltando así el afecto que unía a estas personas. ¿Amamos sincera y profundamente a las personas por las que oramos? Quizás algunas de ellas nos hayan lastimado; entonces perdonémoslas, sabiendo que tal vez aún no tengan el amor de Dios en su corazón. El Señor nos anima a amarlas, a pesar de todo.
“¿Quién, pues, podrá ser salvo?… Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:25-26).