En un relato de la Biblia, el profeta Elías dice que sus compatriotas han abandonado a Dios (1 Reyes 19). Se creía el único fiel y se aisló, decepcionado. Pero Dios se ocupó de él de una manera ejemplar. Le habló con un silbido suave y apacible. Le pidió que recuperara sus fuerzas, que regresara al lugar de donde había salido, y le habló de 7 000 hombres que habían permanecido fieles. Dios no le reprochó nada, pero le mostró que no debía quedarse solo.
A veces actuamos como Elías. Nos obsesionamos con nuestros problemas y los exageramos al punto de creer que Dios nos ha abandonado. Dios nos da dos recursos:
– Jesucristo, quien también fue incomprendido y conoció el cansancio cuando anduvo en esta tierra. A menudo, incluso sus discípulos no lo entendían. Él nos dice: “Aprended de mí…”. “Estoy con vosotros todos los días” (Mateo 11:29; 28:20). Nada puede separarnos de su amor. Expongámosle libremente nuestras penas, él nos escuchará con ternura.
– La familia cristiana. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Los creyentes forman una familia de hermanos y hermanas que se escuchan y se ayudan mutuamente. Jesús murió para “congregar en uno a los hijos de Dios” (Juan 11:52). Nos necesitamos unos a otros. Una persona aislada es vulnerable. Estar cerca de otros creyentes nos da seguridad.
Recordemos que la bondad de Dios nunca cesa, actuemos con gracia y preocupémonos los unos por los otros.