«Señor, cuando mi confianza en ti es puesta a prueba por las circunstancias de la vida, cuando tengo la impresión de que no escuchas mis oraciones, cuando surgen las dudas o la rebeldía, tú me recuerdas que tu gracia me basta, porque tu poder se perfecciona en la debilidad.
Si mi orgullo se apodera de mí, si mi confianza en mí mismo me hace olvidar que sin ti no soy nada, tú me recuerdas que solo tu gracia me basta…
Si abrumado por los acontecimientos siento mi fragilidad, mis límites, si me siento desanimado, también me lo recuerdas.
Cuando me siento fuerte y contento, cuando todo parece estar a mi favor, si estoy orgulloso de lo que he logrado, me lo vuelves a recordar, porque tu poder no puede ser perfeccionado por mi pretensión.
Si el duelo o el sufrimiento me destrozan, si el miedo al futuro me angustia, si me siento como en un desierto y no en un prado verde, me dices nuevamente que tu gracia me basta…
A veces olvido que todo don perfecto viene de ti, entonces me recuerdas que es el cuidado de tu gracia lo que me llena. Sí, Señor, ¡todo es gracia!
Si me alejo de ti, si la culpa me agobia y mi pecado me abruma, tu gracia está ahí para perdonarme, para levantarme, para traerme de vuelta a ti.
Gracias, Señor, por la inmensa gracia que me ofreces al precio de tu vida entregada en la cruz».