Un padre llevó a Jesús su hijo poseído por un demonio: los discípulos no habían podido curarlo. Jesús interrogó al padre, quien le contó la maldad de ese espíritu “mudo” y sus intenciones de matar al muchacho. El hombre suplicó a Jesús: “Si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros”. Jesús le respondió: ¡Cree! “Al que cree todo les es posible”. A lo cual el padre, llorando, exclamó: “Creo; ayuda mi incredulidad”. Entonces Jesús expulsó al demonio, llamándolo “espíritu mudo y sordo”. En seguida el espíritu, clamando y sacudiendo con violencia al muchacho, salió de él, dejándolo como muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano y lo devolvió a su padre.
– En este caso los discípulos no pudieron hacer nada. El Señor mostró a sus siervos que él es el que siempre trae la liberación.
– No hay ningún límite a lo que el Señor puede hacer. ¡Nuestra incredulidad es la que pone obstáculos!
– La fe del padre estaba mezclada con la incredulidad, como a menudo lo está la nuestra. El Señor censuró su falta de fe, pero no lo abandonó, pues él responde incluso a una fe débil.
– El padre habló de un espíritu mudo. El Señor conocía mejor la gravedad del caso y reprendió a un espíritu “mudo y sordo”. Sin embargo, ¡este espíritu sordo oyó la voz del Hijo de Dios y obedeció!
– La liberación causa dolor: el muchacho fue lastimado y parecía muerto. Pero Jesús no libera a medias: levantó y devolvió el joven a su padre (Lucas 9:42).