Siempre terminamos acostumbrándonos a las calamidades más terribles, sobre todo cuando afectan a los demás. Nos hemos acostumbrado al SIDA, ¡ya casi no se habla de él! Excepto los que lo padecen. Para muchos de ellos la enfermedad está ahí, carcomiéndolos, a pesar de los tratamientos médicos.
¿Sufre usted en silencio, en medio de la indiferencia general, un mal del que no puede hablar? No conocemos su sufrimiento, pero permítanos susurrarle unas palabras al oído.
Quizá se sienta señalado y rechazado. Tal vez sea víctima de la injusticia o, al contrario, se sienta culpable, impotente, y piense que no tiene esperanza. Pero Jesucristo, el Hijo de Dios, lo ama y tiene una respuesta para usted. Él no rechaza a nadie. Nos recibe con los brazos abiertos, tal como somos. Su primer objetivo es revelarle el amor infinito de su Creador, sanarlo interiormente. Lo sana del «virus» más peligroso que todos padecemos: el pecado, que nos separa de nuestro Creador y nos condena a una miseria sin fin. Jesús no nos acusa. Él, el Justo, sufrió por nosotros los injustos, a fin de hacernos perfectos y llevarnos a Dios.
Siendo infinito en Su amor, ¿podría permanecer sordo a su gemido, insensible a su grito de desesperación? No, él lo escucha; él sabe si usted quiere confiarle su vida con todo su corazón. Incluso en el sufrimiento, él es poderoso para traer la victoria. Y cuando vivimos con Dios, todas nuestras perspectivas cambian. Amigo, ¡lea la Biblia!