Unos jóvenes jinetes practicaban el salto de obstáculos bajo la mirada atenta de su entrenador. Uno de los caballos falló el obstáculo. El entrenador detuvo al jinete y le explicó:
–No lo sujetaste firmemente con la rienda izquierda. El alumno respondió:
–¡Sí, pero un perro ladró!
Otro caballo se paró en seco delante de las barras. El entrenador explicó:
–Deberías haberte acercado al obstáculo sosteniendo ligeramente el caballo. El jinete respondió:
–¡Sí, pero siempre ha sido terco!
Entonces el entrenador detuvo a todo el grupo y dijo:
–Dejen de decirme: «Sí, pero», ¡y no busquen excusas! Díganme más bien: ¡Sí, debería haber tenido más cuidado! Sí, ¡cometí un error y trataré de enmendarlo!
Para progresar en la vida, reconozcamos nuestras faltas, sin buscar excusas. Contémosle todo al Señor, con sinceridad y franqueza. Si hemos ofendido a una persona, reconozcamos el mal que le hemos hecho, sin tratar de justificarnos. Y si alguien nos muestra un error, digamos más bien: «Sí, me equivoqué, cometí una falta».
En situaciones difíciles, examinémonos a nosotros mismos. Siempre es bueno estar atentos a lo que nos sucede. No despreciemos la prueba permaneciendo indiferentes, enojándonos, o tal vez desanimándonos (ver Hebreos 12:5-11). Reflexionemos con calma, ante Dios, sobre lo que quiere enseñarnos.