Julien fue criado por un padre severo que no se interesaba mucho en él, y recuerda sobre todo sus castigos.
Julien se convirtió a Cristo y ahora es un hijo de Dios. Sin embargo, debido a lo que sufrió cuando era niño, le cuesta dejar de pensar que un padre solo está ahí para castigar. Esto le impide apreciar su relación de hijo con Dios. Siempre lo asocia con el miedo. Cada vez que surge una dificultad, un problema, una enfermedad, etc., lo interpreta como un castigo divino. Un amigo cristiano le explicó:
«Jesús nos asocia a él en su relación con su Padre, quien se ha convertido en nuestro Padre. La relación de Jesús con su Padre se caracterizó por la confianza, el amor y la obediencia que se deriva de ello. Él comparte esta dulce relación con nosotros. Tenemos derecho a decir: “Abba, Padre”. Estas palabras expresan la confianza y la intimidad de un niño con su padre, como la expresión «papá» en nuestro lenguaje actual.
El apóstol Juan escribió a los jóvenes convertidos: “Hijitos… habéis conocido al Padre” (1 Juan 2:13). La relación de un niño con su padre debe ser sin hipocresía, basada en la dulzura, ¡no en la violencia física o verbal!
La Biblia explica que el Padre nos “disciplina” para nuestro bien (Hebreos 12:5-11), es decir, nos educa. La disciplina es muy diferente a un castigo continuo. Dios nos instruye para que vivamos de una manera que le agrade. Hablémosle con respeto, pero ese respeto no excluye la dulce intimidad que tenemos con un padre».