En nuestra sociedad, la ley castiga la mentira solo si esta perjudica los bienes o los derechos de los demás. Sin embargo, la mentira está ligada a un hecho moral: injusticia, infidelidad, engaño… En cambio, la verdad está unida a la rectitud, la sinceridad, la lealtad… Estas virtudes morales fueron perfectamente practicadas y enseñadas por Cristo. Hoy en día la gente se aleja del cristianismo, y este ambiente endurece la conciencia: entonces, ¿qué sentido tiene ser sincero si Dios es ignorado?
Parece que hemos llegado a una época en la que, según la Biblia, muchos “apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:4). Actualmente los medios de comunicación, en particular con las «noticias falsas», trivializan el uso generalizado de mentiras, de «conspiraciones». En realidad, el mundo y su forma de pensar están dirigidos por Satanás, el “padre de mentira” (Juan 8:44), “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31).
Después de que Jesús venga por los suyos y los lleve al cielo, Dios enviará al mundo “un poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2:11). El hecho de abandonar las virtudes morales prepara estos acontecimientos futuros. Para que los creyentes sean preservados de ese relajamiento, Jesús rogó al Padre por ellos: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:16-17).
“Los labios mentirosos son abominación al Señor; pero los que hacen verdad son su contentamiento” (Proverbios 12:22).