Esta expresión, de origen bíblico, significa culpar a alguien que se ha equivocado o ha cometido un error.
El evangelio de Juan nos ofrece un ejemplo sorprendente. Cierta mañana, unos judíos religiosos llevaron a Jesús una mujer sorprendida en adulterio, y le preguntaron si debía ser apedreada. De hecho, utilizaron el caso de esta mujer como pretexto para tender una trampa a Jesús, con el fin de condenarlo, porque querían matarlo.
– Si Jesús se negaba a aplicar la ley, que ordenaba la lapidación de tales personas, se oponía a la Torá, y esta era una actitud imperdonable para cualquier judío.
– Pero si aprobaba la lapidación de esta mujer, contradecía toda la enseñanza de gracia, de bondad y misericordia que predicaba.
Presionado por sus oponentes, Jesús respondió: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”.
Acusados por su conciencia, todos se retiraron uno a uno. Descubiertos como pecadores, llevaron consigo su vergüenza, mientras trataban de conservar su reputación. Pero, para su desgracia, se alejaron de Jesús, el único remedio para su triste estado. Si se hubieran quedado allí, también habrían escuchado las palabras llenas de gracia que Jesús dirigió a esta mujer culpable: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11).
El perdón y el amor de Jesús por los pecadores son razones poderosas para que todos los que confían en él lleven una vida santa, apartados del pecado.