Si usted toma la autopista de Mulhouse a Belfort (Francia), se encontrará con un cartel que dice: «Cuenca». Es el punto donde las aguas de las lluvias se separan. Si corren hacia el norte, llegan al mar del Norte a través del Rin; si corren hacia el sur, llegan al Mediterráneo a través de los ríos Doubs, Saona y Ródano. Que dos gotas de agua que caen a pocos metros de distancia una de la otra, terminen en dos mares diferentes tiene poca importancia. Pero hay algo que merece mucha más atención: ¡existe una línea divisoria entre los hombres! Dos direcciones diferentes, dos desenlaces muy distintos.
Este ejemplo nos muestra que dos personas pueden haber vivido toda su vida una al lado de la otra y, sin embargo, dejar este mundo yendo hacia destinos totalmente opuestos. Al menos una vez habrán tenido la posibilidad de elegir, cuando escucharon o leyeron el mensaje de salvación mediante la fe en Jesucristo: una habrá aceptado esta buena nueva, la otra la habrá rechazado. Entonces sus vidas tomaron rumbos diferentes.
Los que escuchan y se dejan atraer por el amor de Dios van en la dirección correcta, hacia el cielo.
Todo el que rechace este mensaje de gracia y perdón, y cierre su corazón a Dios, será arrastrado por la pendiente de la indiferencia hacia una terrible condición sin retorno, hacia lo que la Biblia llama “la segunda muerte”, el infierno.
¿Se encuentra en la vertiente correcta? ¿Va hacia el buen destino?