En el Nuevo Testamento (segunda parte de la Biblia) vemos a Jesucristo venir al mundo. Él, el Hijo de Dios que se hizo hombre, santo y sin pecado, no vino a proponer una nueva religión, sino a abrir el camino a una relación viva y libre con Dios. Durante sus años de vida en la tierra, Jesús mostró el amor de Dios por los seres humanos: sanó enfermos, resucitó muertos… Su conducta fue el modelo de una vida justa y santa. Su gozo consistía en hacer la voluntad de Dios. Para dar al hombre una nueva vida y abrir este nuevo camino hacia Dios, “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Enviando a Jesús a la tierra, Dios dio el primer paso hacia nosotros. Él quiere que tengamos una relación de confianza con él, permitiendo que Jesús entre en nuestra vida. Esta es la única manera de conocer y experimentar el amor y la paz de Dios.
Los que toman conciencia de que sus pecados los separan del Dios santo, y creen que Jesús murió por ellos, reciben el perdón de sus pecados y la vida eterna. Experimentan la presencia de Dios en su vida cotidiana. Por medio de su Espíritu, Dios les comunica su amor y los renueva. Está cerca de ellos, los sostiene y los consuela. La vida del cristiano no siempre es fácil, pero su camino es claro y su objetivo seguro: la casa del Padre en el cielo.
“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10:35-36).