«He ganado muchas batallas en mi vida, pero tardé mucho tiempo en asimilar que, por muchas batallas que ganes, no puedes ganar la guerra. Para que la humanidad triunfe algún día, necesitaríamos ayuda externa, y eso aún no está en el horizonte» (Romain Gary, 1914-1980). Este escritor francés hablaba de su lucha contra una enfermedad. Pero, ¿encontró la verdadera ayuda externa para la última de las batallas?
El autor del salmo 49 nos dice que el hombre no puede evitar, cuando muere, ser conducido al sepulcro. Pero añade: “Dios redimirá mi vida del poder del Seol, porque él me tomará” (v. 15). De esta manera afirma que ha encontrado ayuda externa: ¡Dios mismo!
El patriarca Job evoca la muerte como el desenlace de su terrible enfermedad. Sin embargo, tenía la certeza de que, aunque su cuerpo fuera destruido, conocía a Alguien que le ayudaría. Lleno de fe, declaró: “Yo sé que mi Redentor vive”, y “he de ver a Dios” (Job 19:25-26).
El apóstol Pablo sufrió cosas dramáticas en su vida (lapidación, naufragio, prisión, etc.), pero al final, cuando compareció ante el emperador romano, escribió: “El Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2 Timoteo 4:18). En medio de tantos peligros, había recibido ayuda externa, la cual llamó “auxilio de Dios” (Hechos 26:22). Además, sabía que el Señor Jesús le había reservado un lugar en su reino celestial.