El relato que hace Juan sobre la traición de Judas, el juicio injusto contra Jesús, y luego su crucifixión tiene un carácter especial: el Hijo de Dios se entregó voluntariamente, por amor y obediencia a su Padre (Juan 14:31).
Cuando los soldados, dirigidos por Judas el traidor, llegaron para arrestarlo, Jesús salió a su encuentro y les preguntó: “¿A quién buscáis?”. Y cuando les dijo: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les hizo otra vez la misma pregunta, y se dejó capturar. El Hijo de Dios se entregó voluntariamente (Juan 18:1-11).
Jesús compareció entonces ante Pilato, el gobernador romano. Para burlarse de él, los soldados entretejieron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y lo vistieron con un manto de púrpura, acusándolo de hacerse rey de los judíos. Pilato lo presentó al pueblo, diciendo que no hallaba ningún delito en él. Así vestido, Jesús salió de la presencia de Pilato. Lo hizo por su propia voluntad, y no bajo la amenaza de los soldados (Juan 19:5).
Finalmente, Pilato dictó sentencia y se los entregó. Jesús salió hacia el lugar de la ejecución, llevando su cruz (Juan 19:17).
Las horas de la crucifixión terminaban. Jesús tomó sobre sí mismo nuestros pecados y sufrió voluntariamente el castigo de Dios en nuestro lugar. Luego entregó su espíritu en manos de su Padre, demostrando así su divinidad.
Jesús se entregó voluntariamente, por amor a su Padre, a su Iglesia, a usted y a mí.