Un testigo es alguien que ha visto u oído algo y debe informar de ello con la mayor fidelidad posible. El Señor Jesús nos pide que seamos sus testigos. Cuando creemos en él, queremos compartir con otros nuestro gozo. El apóstol Juan podía hablar de lo que había visto y oído, e incluso de lo que sus manos habían palpado (1 Juan 1:1-3). El apóstol Pablo había visto y escuchado a Jesús (Hechos 9:3-6; 22:14).
Y nosotros, ¿lo hemos visto y escuchado, lo hemos contemplado? Esto no es dejado a nuestra imaginación. Jesús es revelado en la Biblia. Busquemos cada día en sus páginas todo lo que nos habla de él, tal como Dios nos lo muestra. El rey David pidió una cosa al Señor y la buscó fervientemente: “Que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor” (Salmo 27:4), y para conocerlo cada vez más. Buscó la presencia de Dios con perseverancia.
Lo que los demás ven en nosotros da testimonio de Cristo, más que nuestras palabras, como sucedió en el caso de Moisés, cuyo rostro resplandecía cuando hablaba con el Señor (Éxodo 34:29). Significa reproducir a Cristo en toda nuestra manera de vivir. Cuando el Señor vuelva, le veremos, y seremos semejantes a él (1 Juan 3:2). Pero él quiere que en nuestra vida presente seamos transformados a su imagen, poco a poco, para reflejar lo que él es. Así seremos testigos fieles.