Los soldados se burlaron de Jesús crucificado: “Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lucas 23:37). Los dos criminales crucificados con él también lo insultaron (Mateo 27:44). Luego uno de ellos cambió de actitud, pero el otro dijo a Jesús: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lucas 23:39).
Los líderes religiosos dijeron que si Jesús descendía de la cruz, creerían en él. Luego desafiaron a Dios mismo: “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (Mateo 27:43). Con este ultraje cumplían la profecía: “Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó al Señor; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía” (Salmo 22:7-8).
¿Por qué Jesús no quiso salvarse a sí mismo? Porque vino a salvar a los demás. Su sacrificio era necesario. Oró por los que lo crucificaron: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). ¡Qué contraste con las burlas de los que le rodeaban! En efecto, él era “el Rey de Israel”, “el Hijo de Dios”, el todopoderoso, Creador de esos hombres que lo insultaban (véase Hebreos 1:2-3). Pero permaneció en la cruz y guardó silencio.
Lo que los escarnecedores decían de él en tono de burla era cierto: para salvar a otros, no podía salvarse a sí mismo. ¡Qué amor, qué maravillosa devoción!