«En medio del concierto de malas noticias que el mundo me envía a diario, hay una música dulce para mi corazón, una melodía llena de ternura y esperanza: tu mensaje de buenas noticias.

Cada día me dices, una y otra vez, que me ofreces tu gracia, y que depende de mí aceptarla.

Me dices que tu justicia es mayor que la de los hombres, y que tu perdón puede borrar todas mis faltas, todas mis dudas, todos mis pecados.

Pero una parte de mí protesta contra tu generosidad. Busco la manera de ser digno de tu amor. Sin embargo, sin cansarte, sigues diciéndome: «Debes vivir por la fe, confía en mí, déjame ser bondadoso contigo». Ven al rescate de mis dudas y déjame pasar este día en el gozo de tus buenas noticias.

Me ofreces tu gracia, me ofreces tu paz. Me las das como un regalo.

Si me vuelvo hacia mí mismo y miro mi pasado, veo todas esas cosas de las cuales no me siento orgulloso, esas palabras que no he dicho, esos gestos que han herido y lastimado… y entonces pienso en mi debilidad, en mi fe vacilante. ¿Soy digno, Señor?

No, claro que no soy digno de tu perdón, pero me dices que precisamente en eso consiste la gracia.

¿Qué puedo decir? Solo sé orar. Mi única certeza es que te necesito. Tú me ofreces tu paz, yo la recibo, visto mi alma con ella, como una prenda cómoda para afrontar las dudas y los miedos de este día».