Cuando hablamos de Dios, no pretendemos comprenderlo todo, y aún menos explicarlo todo. Dios nos supera infinitamente, y solo podemos conocer de él lo que él mismo nos revela. Solo «Dios habla bien de Dios» (Blaise Pascal). En cuanto al Espíritu Santo, la Biblia lo presenta como una persona divina por derecho propio. Solo hay un Dios, y se revela en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios Padre se ha revelado en Dios Hijo y habita en el creyente por medio del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16). El Espíritu Santo es, pues, una persona divina; muchos versículos de la Biblia nos dicen que él habla, enseña, consuela, testifica, da dones espirituales a cada creyente, advierte, muestra el camino… (leer el libro de los Hechos de los Apóstoles).
Por medio del Espíritu Santo, persona divina, el hombre se comunica con Dios. La Palabra también dice que podemos contristar al Espíritu Santo (Efesios 4:30), e incluso resistirle (Hechos 7:51) y mentirle (Hechos 5:3). Nos conviene, pues, aceptar su acción en nosotros como el Espíritu de consolación, que nos muestra el amor divino, toma nuestra causa y actúa en nuestro beneficio.
Creamos en él y dejemos que actúe en nuestras vidas. Escuchemos a Dios decirnos:
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos” (Hechos 2:38-39). Para todos…