Mis tomates se pusieron negros y luego se cayeron de la planta. Tras una rápida investigación, con sorpresa descubrí que no se trataba de una enfermedad, ¡sino de un defecto de riego! La «necrosis apical» en los tomates se debe en gran parte a la falta o al exceso de agua. Incluso es debida a una negligencia típica del jardinero que, olvidando su cultivo durante varios días, quiere compensarlo con un exceso de riego.
Todo esto me recuerda el “riego” del alma del cristiano. Necesitamos cuidados constantes. Si descuidamos nuestra comunión con el Señor durante varios días, consagrarle un día no compensará el tiempo perdido.
Antiguamente, en el desierto, los israelitas debían recoger cada mañana el maná –alimento milagroso enviado por Dios todos los días–, “cada uno según lo que había de comer” (Éxodo 16:21). Este maná representaba al Señor Jesús, el verdadero pan que descendió del cielo. “Yo soy el pan de vida”, dijo Jesús, “el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).
Dios quiere «rociarnos» regularmente y saciar nuestras almas cada día. Tomemos diariamente esta agua que viene del cielo a través de la Biblia, su Palabra.
“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él… entonces harás prosperar tu camino” (Josué 1:8).