El salmo 22, escrito por el rey David, describe anticipadamente los sufrimientos de Jesús en la cruz, cuando fue desamparado por Dios debido a nuestros pecados. Este salmo comienza con el grito desgarrador de Jesús al final de esas terribles horas, descrito por los evangelistas Mateo (27:46) y Marcos (15:34). Jesús proclamó a gran voz, delante de todos, que Dios lo había desamparado. Dicho salmo expresa su angustia y su tristeza durante esas tres horas de silencio: “Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo” (Salmo 22:2).
Pero el final del texto revela los sentimientos del Salvador, cuando la hora del desamparo había pasado, y él había pagado por todos nuestros pecados. Por fin Dios respondió a su clamor: “Me respondiste…”. Entonces su primer pensamiento se dirigió a su Padre, con gratitud, porque lo había librado de esta hora cruel.
Este primer pensamiento del Salvador es particularmente conmovedor: su confianza en Dios permaneció inquebrantable durante las horas en las que Dios tuvo que abandonarlo. “El justo en su muerte tiene esperanza” (Proverbios 14:32).
Además, se regocijó de revelar a sus hermanos el dulce nombre de “Padre” después de su resurrección: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). También se regocijaba ante la idea de alabar a Dios, su Padre, en medio de sus hermanos, quienes se unirán a él para alabar a Dios por haberle librado de tan grande angustia.