«Mis padres me educaron en el budismo. Pero desde pequeño estoy convencido de que debe haber un Dios único que hizo el universo. Pronto descubrí que Buda no era el Dios que yo buscaba. Como la mayoría de mis amigos eran musulmanes, al ver que ellos tenían valores, me orienté hacia el islam. La religión musulmana no me satisfizo, porque me mostraba a un Dios que se contentaba con dar mandamientos a los hombres y amenazarlos si no los cumplían.
Cierto día un amigo cristiano me invitó a escuchar el mensaje del Evangelio. Este me impresionó mucho… Poco a poco comprendí el mensaje de la gracia y decidí hacerme bautizar para dar testimonio de mi fe en Jesucristo, mi Salvador.
No ha sido fácil vivir según la voluntad de Dios. Antes de conocerlo, tuve aventuras a diestra y siniestra, y solo tenía un deseo: ganar dinero. Este era mi dios.
Confieso que, incluso después de convertirme a Cristo, a veces me olvidaba de Dios y hacía cosas de las que ahora me arrepiento. Reconocí mis faltas y Dios me perdonó.
Dios nos da mandamientos para nuestra felicidad. A veces son difíciles de cumplir, pero cuento con la ayuda del Señor Jesús. Esta es mi oración: Ya no quiero seguir los placeres de este mundo, sino a Jesucristo. Solo él puede darme la verdadera felicidad».