La diplomacia ayuda a evitar el uso de la fuerza y los conflictos entre Estados. Los embajadores, encargados de representar a su país, mantienen relaciones permanentes con los gobiernos de países extranjeros. Cuando surgen tensiones entre dos países, los embajadores tratan de evitar el riesgo de guerra proponiendo soluciones pacíficas. Si estos esfuerzos fracasan, la guerra es inevitable. Entonces cada gobierno llama a su embajador, para que no permanezca en territorio enemigo durante el conflicto.
El cristiano es un embajador de Cristo; ha recibido la elevada misión de representar durante un tiempo, en la tierra, a su Cabeza que está en el cielo, y de transmitir a todos los hombres su oferta de paz. No hay acuerdos ni compromisos: la oferta de paz es incondicional, solo debemos aceptarla. La única base para que los seres humanos se reconcilien con Dios es la obra de Jesús hecha en la cruz. Allí el Señor Jesús tomó el lugar de todos los pecadores que se arrepienten y creen en él, y obtuvo para ellos el perdón de Dios, para siempre.
Sin embargo, pronto la paciencia de Dios llegará a su fin, y la gracia dará paso al juicio y a la justicia de Dios. Ese día, en un instante, Cristo llamará a todos sus embajadores: habrán cumplido su misión.
Hoy, sin más espera, acepte la oferta de paz de Dios. Entonces se convertirá en un embajador de Cristo en la tierra, antes de ir a su país el cielo.