La conciencia natural se ha comparado con un reloj solar que, iluminado por el sol, indica la hora a los transeúntes. Antes de convertirnos a Cristo, nuestra conciencia no nos da indicaciones fiables, porque está en la oscuridad: la cultura o las opiniones de quienes nos rodean pueden engañar nuestra conciencia sobre lo que está bien y lo que está mal. El siguiente comentario es atribuido a un jefe de Estado: «Mi conciencia es lo suficientemente buena como para decirme lo que yo quiero».
El sol que ilumina el reloj solar de un creyente es la Palabra de Dios, recibida y comprendida por medio del Espíritu Santo. Para que nuestra conciencia se afine y sea precisa, necesitamos aplicar esta Palabra a las situaciones en las que nos encontramos. Siempre debemos permitir que la luz de la Palabra brille sobre nuestra conciencia: luz viva y penetrante que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12).
El apóstol Pablo afirmó que él no era justificado por su buena conciencia: esta no es un instrumento que dé una medida absoluta, y por muy apóstol que fuera, Pablo no confiaba enteramente en su conciencia, y reconocía que solo Dios es el juez.
Tristemente, a veces dejamos que, como una nube que oculta el sol, un mal deseo o un rencor se desarrolle y anule todo sentido del bien y del mal. Vigilemos, pues, el estado de nuestro corazón y de nuestra conciencia, permitiendo que la luz de Dios brille sobre nosotros a través de su Palabra.