Al principio de la Biblia encontramos la institución del matrimonio, es decir, la unión de un hombre y una mujer para amarse, servir juntos a Dios, tener hijos y formar una familia. Dios nos muestra las bases de un matrimonio feliz, que es lo que desea para la pareja.
Pongamos nuestro matrimonio en manos de nuestro Dios todopoderoso, para que nos dé amor, confianza, alegría y gozo al estar juntos.
Pero en el matrimonio, incluso entre creyentes, surgen a veces grandes dificultades, y algunos se plantean separarse o incluso divorciarse. Para quienes desean vivir una vida matrimonial que honre a Dios, es necesario que tanto el marido como la mujer traten siempre de buscar lo que les une y les acerque, sin plantearse nunca la solución de la ruptura. Orando juntos e individualmente pueden alcanzar la victoria y volver a encontrar la paz. El matrimonio es un compromiso, que requiere este diálogo con Dios y su Palabra, para reparar lo que puede haberse dañado o roto. La fuerza no está en nosotros, sino en Dios, que nos ve, nos escucha y responde de un modo u otro a quienes le invocan con confianza.
Cristianos, no olvidemos que el amor que Dios produce en nuestros corazones es un amor que da y se da a sí mismo: “no busca lo suyo” (1 Corintios 13:5). En el matrimonio, nos enseña a pensar en nuestro cónyuge antes que en nosotros mismos. Este amor encuentra su modelo en Cristo, que amó a la Iglesia y se entregó por ella (Efesios 5:25).