La sociedad occidental actual rechaza progresivamente toda referencia al cristianismo y a la idea de un Dios creador. Su deseo de liberarse de todo lo que parezca limitar su libertad es evidente. Para algunos, el progreso y las mejoras en la vida cotidiana son una realidad. Sin embargo, la contribución de los avances y la búsqueda desenfrenada del hombre por alcanzar la libertad generan ansiedad, agitación e inseguridad. ¡Las perspectivas de futuro se oscurecen!
La Biblia, la Palabra de Dios, como un faro en medio de una tormenta, es una señal luminosa y poderosa que nunca cambia. Lo ilumina todo y, al mismo tiempo, aporta calor al corazón vacío del hombre sin Dios. Hablando de los hombres, dice: “Su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:21-22).
Al mismo tiempo proclama que Dios nos ama. Jesucristo, la manifestación de la luz divina en la tierra, no vino a condenar al hombre en su rebelión contra Dios, sino a salvarlo. “Yo soy la luz del mundo”, dijo. “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:9).
¿Dejamos que esta luz divina ilumine nuestros corazones y nos permita conocer el amor y el perdón de Dios? Solo Jesús puede darnos una nueva vida y una razón para vivir. “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).