Al final de la Biblia, leemos una oración final, muy breve. La Iglesia, a través del Espíritu, dice: “Ven”. Y el Señor Jesús responde: “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:17-20). El regreso del Señor para llevar a los suyos al cielo, antes de un periodo de juicio para todo el mundo, es la esperanza de la Iglesia, de todos los cristianos (Tito 2:13).
Los profetas habían anunciado la venida del Mesías con mucha antelación, pero durante varios siglos se produjo una especie de silencio de Dios: no hubo más profetas. La mayoría del pueblo de Israel había abandonado la pureza de su fe, pero quedaba un pequeño núcleo de fieles que esperaban a su Mesías. Estos eran los que temen al Señor y a los que Dios llama “especial tesoro”. Ellos se benefician de su amor y cuidado. La espera fue larga, pero en el momento elegido por Dios, ¡llegó el Mesías! Cuando, de pequeño, Jesús fue llevado por sus padres al templo de Jerusalén, fue recibido por dos ancianos, Simeón y Ana, que esperaban la “consolación de Israel” (Lucas 2:25). Han pasado largos siglos desde que el Señor dijo que volvería, pero su promesa sigue en pie y se cumplirá. Igual que un día apareció en Belén, ¡un día volverá!
¿Estamos entre los que le esperan y piensan en él? ¿No deberíamos vivir cada día en esta espera y animarnos unos a otros, recordando lo que dijo Jesús: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3)?