Cuando leemos los evangelios, descubrimos a Dios encarnado en la persona de su Hijo. Vemos a Jesús:
– ante la enfermedad: “Sanó a todos los enfermos… El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:16-17).
– ante el duelo: “Jesús… lloró” (Juan 11:35).
– ante multitudes hambrientas: “Tengo compasión de la gente, porque… no tienen qué comer; y si los enviare en ayunas a sus casas, se desmayarán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos” (Marcos 8:2-3).
– ante niños pequeños: “Le presentaban niños para que los tocase… tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía” (Marcos 10:16-17).
¡Dios, desde el cielo, no contempla con indiferencia a los enfermos que sufren, a los que lloran, a las multitudes que pasan hambre o a los niños pequeños que lo pasan mal!
Entonces, ¿por qué no cambia las cosas? Porque el hombre, desde su pecado en el jardín del Edén, ha dado la espalda a Dios y está cosechando las tristes consecuencias. El mundo ha elegido a Satanás como su líder (Juan 14:30). ¡Es un amo cruel, y como no sabe qué es el amor, empuja al hombre a rebelarse contra Dios!
Para saber quién es Dios, contemple la vida de Jesús y su actitud ante nuestro sufrimiento… ¡Esta es la respuesta a quienes culpan a Dios de las desgracias de la humanidad!