Era Pascua, y Jerusalén acogía a grandes multitudes, pero ese año, un nuevo acontecimiento intrigaba a la gente: un hombre llamado Jesús suscitaba una inmensa esperanza. ¿Podría ser el Mesías tan esperado? Sin embargo, fue arrestado por los líderes de los judíos y los ocupantes romanos.

Pilato, el gobernador romano, le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” Quería dirigir la entrevista, seguro de su poder, pero asombrosamente, el acusado que estaba ante él respondió: “¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?”. Jesús le invitó a pensar por sí mismo, como diciéndole: ¿Es esto realmente lo que te preocupa?

El interrogatorio continuó, pero Jesús afirmó: “He venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Pilato volvió a eludir lo que tocaba a su conciencia y dijo: “¿Qué es la verdad?”. Pero se marchó sin esperar la respuesta de Aquel que afirmó: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). ¡Se fue y perdió la oportunidad de descubrirla!

Y nosotros, ¿esquivaremos las verdaderas preguntas y nos contentaremos con un conocimiento vago sobre la persona de Jesús? ¿O buscaremos conocer al que fue humillado y condenado injustamente, al que soportó la cruz para salvar al hombre perdido? ¿Sabremos seguirle, no como si estuviésemos sometidos a un rey, sino en respuesta a su amor victorioso?