Mi amiga llevaba toda la vida ayudando a los demás. Ahora, ya anciana, tuvo que ser hospitalizada. Cuando la visité, acababa de pasar la noche en el pasillo de un servicio médico porque todas las habitaciones estaban ocupadas. ¡Me indigné porque siempre había ayudado a los demás y ahora era ella quien necesitaba ayuda… ! ¡Y no había sitio para ella! Estuve investigando y me enteré de que muy pronto la iban a trasladar a una habitación.

Volví a su lado y, antes de que pudiera decirle nada, me dijo: «Es estupendo que esté aquí en el pasillo. Hace mucho tiempo que no puedo hablar del Señor Jesús con otras personas. ¡Llego al hospital y me colocan en este lugar estratégico! ¡Ya he podido hablar de Dios a mucha gente! ¡Realmente es increíble cómo Él dirigió todo! Estoy aquí tumbada y puedo contar a otras personas que voy camino de la eternidad. Mucha gente me cuenta sus penas y oro con ellos. ¡Es maravilloso ver cómo el Señor me ha traído hasta aquí!».

¡Qué avergonzada estaba por mi forma de valorar su situación!

El apóstol Pablo en la cárcel estaba contento con su situación, y no porque fuera agradable, sino porque allí experimentaba la presencia de su Señor y podía servirle.

Pidamos al Señor Jesús que nos ayude a conocer su propósito en todas las situaciones difíciles que permite, que nos dé la humildad para atravesarlas con él en su paz. “Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas” (Salmo 25:4).