Nací en el seno de una familia cristiana, pero durante mucho tiempo mantuve una relación superficial con la Biblia. Me resultaba muy difícil relacionarme con estos textos que tenían varios milenios, y que habían sido escritos en un contexto muy diferente al mío.
Pero cuando me volví a Cristo, empecé a interesarme más por la Biblia. Me di cuenta de que la Biblia no es un «libro», sino más bien una «biblioteca». Contiene unos sesenta libros distintos, escritos en tres continentes, en tres lenguas diferentes, a lo largo de unos 1500 años y por más de 40 autores.
A pesar de ello, me sorprendió su fluidez y unidad: la Biblia forma un todo, de principio a fin. Los textos están relacionados unos con otros. Siendo palabras humanas inspiradas por Dios, y por tanto palabras de Dios, las Escrituras se han convertido en mi fuente diaria de energía, que me permite seguir adelante. Me iluminan sobre mi relación con Dios, con mi prójimo y con este mundo. Aunque algunos pasajes puedan parecer oscuros o difíciles de entender, he aprendido que necesito ser enseñada por el Espíritu Santo para que estos textos cobren toda su vida y significado.
También puedo contar con la ayuda de otros cristianos, para comprender mejor el contexto, la época y la utilidad de estos escritos para hoy.
Estoy convencida de que la Biblia, la Palabra de Dios, es un verdadero tesoro, ¡y tan relevante como siempre!