¡Qué burla soportó el que sufrió! Indefenso, sufrió la vergüenza y el desprecio públicos. Los que le vieron se reían de él y sacudían la cabeza en señal de burla. Incluso provocaron a Dios, desafiándole a que le librase si se complacía en él.
En la cruz, siglos después, Jesús fue blanco de insultos, desprecios y desafíos por parte de los que pasaban a su lado. Herodes y sus tropas le trataron con desprecio y se burlaron de él; los gobernantes y soldados también se burlaron de él (Lucas 23:11, 35-36). “Uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba” (v. 39). Los ultrajes y la deshonra pública que sufrió le rompieron el corazón (Salmo 69:19-20).
Los burladores estaban cumpliendo sin darse cuenta lo que los profetas habían predicho, mientras Jesús oraba por ellos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Frente a estas palabras de desafío a Dios: “Líbrele ahora si le quiere” (Mateo 27:43) nos llega la respuesta del Señor, como un eco de más allá de la resurrección: “Me libró, porque se agradó de mí” (Salmo 18:19). Cristo no fue librado de la hora de la muerte: entró en ella, experimentó “la muerte por todos” (Hebreos 2:9), fue puesto “en el polvo de la muerte” (Salmo 22:15). Pero salió victorioso, “resucitó de los muertos por la gloria del Padre” (Romanos 6:4).