El laicismo es uno de los principios fundamentales de las sociedades democráticas. Defiende la libertad individual de las personas y la separación entre Iglesia y Estado. Las creencias de las personas no deben interferir en los asuntos políticos. Pero contrariamente a lo que a veces se afirma, el laicismo no se opone a la fe, sino que está en consonancia con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece que toda persona tiene la libertad de manifestar su religión o sus creencias. Bien entendido, el laicismo permite por tanto la expresión de opiniones y diferencias dentro de un marco definido.

La Biblia nos cuenta que a los primeros cristianos no se les permitía proclamar su fe. Muchos murieron como mártires porque no podían guardar silencio sobre la buena nueva del amor de Dios por todos y preferían obedecer a Dios antes que a los hombres. Hoy en día, esta libertad no existe en todas partes.

Por eso queremos decirle que existe un gran Dios que le ama mucho y que le ofrece una gran salvación. Queremos decirle que si no rechaza el Evangelio, sino que está dispuesto a leerlo y hacerlo parte de su vida, irá de sorpresa en sorpresa. La Biblia habla de una “puerta de esperanza” (Oseas 2:15). Atrévase a entreabrir esta puerta, como si se abriera a un nuevo horizonte sin límites. ¿A qué se arriesga si no es a descubrir que el amor de Dios, visible en Jesucristo, es también para usted y para los que le rodean?