Jesús, ya resucitado, dijo a sus discípulos que viniesen a comer. Les sirvió la comida que había preparado: pan y pescado cocidos sobre brasas. Tras haber soportado los sufrimientos de la crucifixión y haber sido dejado solo, repudiado y abandonado por sus discípulos, Jesús los reunió. No se atrevieron a hacerle preguntas, pero Él les sirvió la comida y les habló. De este modo se restablecieron la comunión y la intimidad.

Finalmente, Jesús se dirigió a Simón Pedro y le preguntó tres veces: “¿Me amas?”. Jesús, conociendo el amor que había en el corazón de su discípulo, le preguntó la primera vez: «¿Me amas más de lo que éstos me aman?» Pedro había afirmado que aunque todos los discípulos negaran a Jesús, él permanecería fiel.

Sus respuestas muestran hasta qué punto la experiencia de haber negado al Señor lo había transformado. El perdón del Señor había hecho crecer su amor y le permitió responder: «Sí, Señor, tú sabes que te amo». A las otras dos preguntas, aunque entristecido por la insistencia de Jesús, dio la misma respuesta, seguro de que Jesús conocía su afecto por él. Jesús sondeó su corazón y le dio una misión que cumplir. Pedro había perdido la confianza en sí mismo, pero lleno de amor por su Señor, se sentía capacitado para cuidar de las ovejas de Jesús, es decir, de los cristianos que encontraría.

¿Y cómo responderé yo a esa pregunta del Señor? ¡Podemos pedirle que nos enseñe a amarle con un amor completo y sin pretensiones, para que podamos seguirle y cuidar de los que Él ponga en nuestro camino!