Un viejo capitán cuenta: «Tuve que pasar dos horas en una sala de espera en el puerto de Malmö, Suecia. Para pasar el tiempo, leí los periódicos que había allí, pero pronto terminé. De repente, noté que había una Biblia. Al principio dudé, pero luego la tomé. Cuando la abrí, oí murmurar a un anciano que estaba a mi lado:
– Mira, Señor Jesús, alguien ha tomado tu Palabra. Dale tu luz, para que te encuentre en ella.
Cuando oí esto, lancé la Biblia sobre la mesa y salí corriendo. ¿Qué quería de mí este hombre? ¿Qué intentaba decirme? Su pacífica oración me había incomodado. Hasta entonces, Jesucristo no había significado mucho para mí. Esta oración me había hecho tomar conciencia de ello, y eso me incomodaba. Me hacía dudar. Me fui a casa, pero no podía dejar de pensar en Jesús.
En la ciudad donde vivía, conocía a un cristiano. Terminé yendo a verle y le pregunté:
– ¿Qué tengo que ver yo con Jesús? ¿Qué quiere de mí?
Mi amigo me explicó que el Hijo de Dios vino a la tierra para morir por los seres humanos pecadores. Ahora espera que nos volvamos a él y le confesemos sinceramente nuestros pecados. Entonces podemos confiar en su obra de redención para ser perdonados y seguirle con gozo.
La gracia de Dios me llevó a aceptar a Jesucristo como mi Salvador y a entregarle mi vida».