Judas fue uno de los doce discípulos. Estuvo con Jesús durante tres años, escuchó sus enseñanzas, vio sus milagros… Sin embargo, traicionó a Jesús por una modesta suma de dinero, y luego se suicidó.
Judas creía superficialmente, como muchas personas (Juan 2:23-25). Durante tres años vio la manifestación de Dios Padre en la persona de Jesucristo, pero su corazón permaneció insensible. Hoy muchas personas dicen que si Dios mismo se les revelara, creerían en él. Judas es la prueba de la insensatez de tal afirmación. Si una persona no cree lo que Dios dice a través de su Palabra, permanece espiritualmente en las tinieblas. “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31).
El texto de hoy: “Señor, Señor…”, es una profesión de fe. Pero, ¿corresponde a una fe real? Esta declaración puede ir acompañada de buenas obras, pero el Señor dice: “Nunca os conocí… hacedores de maldad”. Judas era ladrón (Juan 12:6).
La historia de Judas nos da una seria lección. Nadie es salvo simplemente por ir a la iglesia y cumplir los rituales cristianos, aunque lo haga sinceramente. Primero es necesario creer a Dios, aceptar lo que dice, porque me ama: “No hay justo”, y reconocer que soy un pecador ante él. Entonces podré aceptar su gracia, su perdón en Jesucristo, y mi vida cambiará.
“Por gracia sois salvos por medio de la fe… es don de Dios” (Efesios 2:8).