“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz” (Salmo 139:7-12).
Desde Adán, el hombre ha querido vivir sin Dios. Trata de huir de Su presencia, sabiendo que está en desacuerdo con su Creador. El creyente descrito en el salmo 139 manifiesta la misma actitud. Se imagina que puede volar a los confines de la tierra para escapar de Dios. ¡Pero Dios siempre está ahí! Considera la oscuridad como su último recurso, pero también se equivoca. La mirada de Dios, como un rayo de luz, ilumina los rincones más sombríos.
¡Huir es inútil! Puedo pasar años ocultando las verdaderas motivaciones de mi vida: vanidad, ambición, amor a las riquezas… Busquemos más bien una verdadera comunión con Dios. Mediante la oración confiada, abrámonos a su luz y a su gracia.