Desmond Doss, hijo de un soldado estadounidense de la primera guerra mundial, quería, como muchos de sus compatriotas, servir a su país en la segunda guerra mundial. Durante la guerra del Pacífico, en 1945, intentó alistarse como objetor de conciencia, negándose a matar o a llevar un arma. Para él, la violencia era incompatible con su fe en Dios y con sus principios morales. Tras difíciles negociaciones con el ejército, se alistó en la infantería como enfermero. Allí, su negativa a cambiar sus convicciones le ocasionó ser maltratado por parte de sus camaradas y sus superiores.

Finalmente fue enviado al combate y participó en la batalla de Okinawa, en el impresionante acantilado de Maeda, tristemente conocido como el «Acantilado del helicóptero». Armado sencillamente con su fe y su amor al prójimo, logró salvar decenas de vidas, solo, bajo el fuego enemigo, sacando del campo de batalla uno a uno a los soldados heridos, para ponerlos a salvo y cuidar de ellos.

La historia de Desmond Doss fue objeto de una película apasionante. En ella vemos a un discípulo de Jesús actuar con una confianza, una abnegación y un valor que siempre sacaba de la misma oración: «Señor, dame fuerzas para salvar a uno más».

Esta historia muestra una fe profunda, pero también nos recuerda la omnipotencia de Dios, quien puede hacer grandes cosas por medio de aquellos que ponen su confianza en él.

“Un samaritano… viéndole (al hombre dejado medio muerto), fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y… lo llevó al mesón, y cuidó de él” (Lucas 10:33-34).