“Oh Señor, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Señor, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Salmo 139:1-6).
Dios es omnisciente, sabe todo sobre el universo y sobre los seres humanos. Me asombro al comprender que él es el único que me conoce profundamente, que ve toda mi vida, desde la mañana hasta la noche. No se le escapa ningún detalle, ni siquiera el más insignificante: “Vuestros cabellos están todos contados” (Mateo 10:30). Él discierne el origen de todos mis pensamientos, así como mis motivaciones. Si abro la boca, él sabe lo que voy a decir. Incluso dice: “Antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Isaías 65:24). Esta omnisciencia de Dios debería tranquilizarme. Puedo contar con su protección como un niño que toma la mano de su padre.
¿Cómo poner en práctica estos versículos? Compartiendo con el Señor todos los aspectos de mi vida: alegrías, penas, faltas… Es imposible esconderse de él. Escuchemos a Dios. Los textos de la Biblia iluminarán nuestra vida y nuestros pensamientos, y percibiremos el lado maravilloso de Dios, que nos llevará a la alabanza.