“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo” (Salmo 139:13-18).
Dios, mi Creador, me formó y conoce los secretos de mi naturaleza. Me sigue desde que fui concebido. David, guiado por el Espíritu de Dios, describe admirablemente lo que la tecnología actual nos permite ver en parte.
El Señor registró todos mis días incluso antes de que yo naciera. Él es dueño tanto del principio como del final de mi historia. Lo alabo porque he sido hecho de una manera admirable, maravillosa. Su poder eterno y su divinidad vienen a mi espíritu. Antes trataba de escapar de su mirada. Ahora sus pensamientos son preciosos para mí, y desde que me despierto, encuentro la benéfica presencia del Señor.
¿Cómo vivir estos versículos? Admirando las obras de Dios, que van mucho más allá de mi comprensión.