Mi tía abuela vivió en una época en la que no había coches ni teléfonos en los pueblos. En uno de sus cuadernos encontré el siguiente relato:
«Mi hermano Roger era un joven activo y diligente. Desgraciadamente, no le interesaban la Biblia ni las reuniones cristianas. Una mañana, cuando tenía 17 años, salió alegremente a trabajar. Tenía que ayudar a su jefe a conducir el carro con los sacos por los viñedos. Roger pensó que podría conducirlo por la pendiente él solo. Llevado por el peso del remolque, recibió un golpe en el pecho y cayó al suelo. Antes de que pudiera evitarlo, una rueda le pasó por encima y perdió el conocimiento.
Lo llevaron a casa y Dios, en su compasión, le permitió recobrar el conocimiento.
–Oh, mamá, voy a morir, y he pecado tanto contra ti y contra Dios. ¡Ora por mí!
Mi madre y mi hermana le hablaron también del Salvador que había muerto en la cruz por él. Antes de que la hemorragia interna se lo llevara, aún fue capaz de recibir y aceptar la gracia de Dios por sus pecados, gracias al sacrificio de Cristo, que murió por él».
Como el criminal en la cruz, este joven aceptó la oferta de salvación de nuestro Salvador en el último momento. Hoy, Dios lo está llamando mediante este folleto. ¡No aplace su decisión, pues ninguno de nosotros sabe si volverá a tener la oportunidad de aceptar el perdón que le ofrece Jesucristo!