Con profundo respeto, el creyente considera la grandeza infinita de Jesús. Se sobrecoge cuando reflexiona sobre la razón de Su muerte. ¿Por qué, en la cruz, después de Sus sufrimientos expiatorios, fue necesaria Su muerte física? Cristo, el hombre sin pecado, de ninguna manera fue puesto bajo la sentencia de muerte pronunciada sobre el hombre pecador.
En la cruz, Jesús asumió nuestros pecados ante el Dios santo. Y fue «hecho pecado» por nosotros (2 Corintios 5:21), identificado con el pecado: como resultado, sufrió la muerte. Su muerte y resurrección fueron necesarias para que los hombres pudieran acercarse a él.
Él mismo dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). Él era el grano de trigo. El fruto eran las innumerables multitudes atraídas por su amor, que creerían en el valor de su sacrificio (v. 32).
Jesús resucitado se presentó vivo ante sus discípulos, mostrándoles sus manos, pies y costado traspasados. Allí tuvieron la prueba de que efectivamente era el crucificado, muerto, depositado en la tumba y finalmente resucitado.
“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9). ¡Si lo aceptas serás uno de los frutos de su sacrificio!
“De tal manera amó Dios al mundo, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).