Era de noche en el huerto de los Olivos, donde Jesús y sus discípulos se habían reunido a menudo. Todo estaba tranquilo, y entonces llegó una tropa de soldados con linternas, antorchas y armas para arrestar a Jesús. No fue Judas, uno de los doce discípulos, ni los soldados quienes identificaron a Jesús. Fue él quien se adelantó y les preguntó:

–¿A quién buscáis?

–A Jesús nazareno, respondieron los soldados.

–Yo soy…

Entonces retrocedieron y cayeron al suelo.

Fue un encuentro extraño: tenían ante ellos al Señor Todopoderoso y no lo sabían.

Jesús les volvió a preguntar:

–¿A quién buscáis?

–A Jesús nazareno. Jesús responde:

–Os he dicho que yo soy.

Pidió que sus discípulos fuesen liberados, sin utilizar la espada que su discípulo Pedro quiso emplear para defenderle.

A lo largo de la historia cristiana, e incluso hoy en día, la gente ha intentado «detener a Jesús». Algunos niegan su existencia, otros rechazan sus palabras, lo que dijo de sí mismo… Otros no quieren creer en su resurrección.

Y sin embargo, muchos han tenido un encuentro con él que les ha hecho darse cuenta de su verdadera identidad. Para los hombres, es Jesús de Nazaret, pero los cristianos saben que es el Hijo de Dios. Un día, ante él, el Cordero de Dios, todos se postrarán y le darán gloria (Apocalipsis 5:13).