El piloto de un avión militar sobrevolaba la inmensa selva impenetrable de Vietnam. De repente, el motor empezó a ralentizar y se detuvo por completo. El piloto saltó inmediatamente del avión y abrió su paracaídas. Al aterrizar, el paracaídas permaneció enganchado en las ramas de un árbol. De repente, ¡se oyó un ruido! Un habitante de esta región aislada, que había visto el accidente, entró en la selva y lo liberó de esta situación desesperada. Por fin de pie, el piloto miró a su alrededor, pero no había salida. Le dijo a su rescatador que tenía que encontrar una salida. ¿Cómo salir de este bosque? El hombre le indicó que no había camino, ¡y que era él quien le abriría el camino! Sin decir una palabra, se abrió paso a través de la densa vegetación. El piloto le siguió con confianza para salir de la selva.

¿No es esta una ilustración de nuestra situación? Nos hemos alejado de Dios y somos incapaces, por nuestras propias fuerzas, de volver a nuestro Creador. Entonces Jesucristo vino a nosotros y nos dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Solo Jesús puede librarnos, salvarnos y llevarnos a Dios. ¿Confiamos en él y le seguimos? Jesús le dijo a su discípulo Pedro: “Sígueme tú” (Juan 21:23).

“Gustad, y ved que es bueno el Señor; Dichoso el hombre que confía en él” (Salmo 34:8).

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).