«Hago lo que quiero», «no necesito a nadie», «no es culpa mía, es la otra persona la que me ha provocado»… Estas son las reflexiones habituales de personas que creen que pueden llevar su vida como quieren.
Solo hay alguien que no tiene que rendir cuentas a nadie, y ese es Dios. Nosotros, sus criaturas, le rendiremos cuentas. Tengamos cuidado, pues cada palabra que digamos será juzgada. Jesús nos advierte: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36). ¿Qué sucederá entonces con las palabras arrogantes o blasfemas?
¡Sí! Soy responsable de mis palabras y de mi comportamiento, de la dirección de mi vida, de cómo empleo mi tiempo, pero no soy mi propio dueño. Un día, Dios me dirá: ¿Qué has hecho con todos estos dones? “Da cuenta de tu mayordomía” (Lucas 16:2). También me dirá: Te hablé cierto día del año 2026, ¿cómo me escuchaste ese día? ¿Qué has hecho con Jesucristo? ¿Quién es él para ti?
¿Podemos hacer nuestras desde hoy estas palabras de vida? “Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20). “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida… vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios… tenéis vida eterna” (1 Juan 5:11-13).