“¿Quién subió al cielo, y descendió?”. Esta expresión tiene una doble aplicación en Cristo.
En primer lugar, habla de su omnipresencia, pues él mismo dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Jn. 3:13). Él está simultáneamente en el cielo y en la tierra, siendo el antitipo de la escalera de Jacob, establecida en la tierra pero con su cima en el cielo (véase Gn. 28:12).
En segundo lugar, habla de su victoria sobre el pecado, la muerte, Satanás y sus huestes. Como está escrito: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Ef. 4:8-10). Cristo no solo descendió del cielo a la tierra, sino hasta la muerte misma. A los ojos del mundo, parecía que las tinieblas habían triunfado y que los planes de Dios estaban en confusión. Sin embargo, él regresó victorioso, habiendo destruido mediante la muerte “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (He. 2:14-15). Ahora ha ascendido al cielo y llena todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra.
Como Cabeza de la Iglesia, él ha dado dones y ha capacitado a hombres para la edificación de su cuerpo. Pero, además, es el Creador y Sustentador de todas las cosas. “¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?”. Su nombre es Hijo, en relación eterna e íntima con su Padre; y su nombre es Jesús, en relación con el hombre pecador a quien vino a rescatar.