Justo antes de cerrar el canon de la preciosa Palabra de Dios, el Señor Jesús pronuncia esta invitación de amor. ¡Qué bello y glorioso! Él no quiere que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Sin embargo, es fundamental que aquellos que reciben la invitación comprendan quién es el que habla de manera tan maravillosa.
Primero, él es la Raíz de David; es decir, David procede de él, pues él es el Dios eterno. Pero también es el Linaje de David, porque, en su humanidad, él provino de él. Así, tanto la gloria infinita de su deidad como la preciosa realidad de su humanidad quedan plenamente declaradas.
Mientras estuvo en la tierra, él dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28). Ahora, en esta amorosa invitación de Apocalipsis 22, tanto el Espíritu como la esposa se le unen, pues el Espíritu de Dios habita en la esposa, que es la Iglesia. Además, exhorta a todo aquel que escuche a sumarse a este llamado y animar a otros a venir. Ciertamente, todo aquel que confía en el Señor Jesús anhela también la salvación eterna de los demás.
Asimismo, el Señor Jesús dirige la invitación a “el que tiene sed”, asegurándole que su necesidad será saciada. ¡Qué bondad y misericordia! Aún más, él amplía el llamado e incluye al “que quiera”, ofreciéndole gratuitamente el agua de la vida. No deja a nadie fuera en su anhelo de salvar a los perdidos. Todos los que vienen son recibidos con gozo.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). ¡Qué regalo incomparable!