El poderoso rey Nabucodonosor, a quien Dios había elevado al poder sobre el Imperio Babilónico, se preguntaba qué le depararía el futuro. Dios le respondió a través de un sueño, pero el rey lo olvidó. Sus sabios fueron incapaces de revelarle tanto el sueño como su significado, por lo que se ordenó su ejecución. Sin embargo, Daniel y sus amigos oraron juntos, y Dios concedió a Daniel la revelación de aquel misterio.
A Dios le agrada que los hombres se interesen por el futuro, y nos lo ha revelado claramente en su Palabra. En la Biblia vemos que la historia de las grandes naciones de la tierra, con sus conflictos y guerras, culminará cuando el Señor Jesucristo regrese para reinar por mil años como Rey de reyes y Señor de señores.
Dios había establecido a Nabucodonosor como el primer y más poderoso monarca de los “tiempos de los gentiles” (Lc. 21:24). Su soberanía absoluta no solo se extendía sobre los hombres, sino también sobre las bestias del campo y las aves del cielo. En su sueño, fue representado como la cabeza de oro de una gran estatua. El oro, un metal noble, simboliza en las Escrituras la gloria divina. Sin embargo, este rey orgulloso debía aprender a reconocer la fuente de su autoridad, pues el mismo Dios que se la había concedido también podía arrebatársela.
El reino de Babilonia, con Nabucodonosor como su cabeza de oro, daría paso a otros reinos sucesivos. Finalmente –y sentimos que muy pronto– todos estos serán reemplazados por el Reino Milenial de nuestro Señor Jesucristo, anunciado en el Salmo 8. Él gobernará con justicia para la gloria de Dios y la bendición maravillosa de toda la humanidad.